Los días a medio sentir.


Ensayando frente al espejo de la entrada muecas alegres. Muecas tristes. Me preguntabas si te he querido alguna vez. Siempre me gustó hacerme muecas a mi misma y reírme de la vida, de los días. Pero sí, si te quise. En las noches en las que la tristeza me comía por dentro, viajaba a tantos sitios sin moverme... y comencé a comprender que te quería cuando me dijiste que ya no me necesitabas en tu vida. Es cierto que caminé, soñé, lloré y me tiraste al suelo como una muñeca rota. Las caricias nocturnas, los besos a destiempo, las sonrisas contenidas aquello sólo era la calma que precedía a la tormenta. Es cierto que los Domingos eran eternos si las montañas no estaban cerca. Hace poco seguía siendo esa cometa que intentaba escaparse de tus manos, unas manos que moldeaban cuerpos y sueños... dormí tantas siestas que por la noche era innecesario. Yo no he nacido para estar atada a nadie al igual que un pájaro nunca debería estar dentro de una jaula. Horas acumuladas de algo que quería ser eterno. Y navegaba como las cometas en aquel mar, resistiéndose al paso del tiempo. Y aquí me tienes después de tanto tiempo, volviéndome a reinventar. Yo, cada día más mayor, perdiendo la niñez. Rompí todos mis esquemas, cambié mis noches de viernes por alcohol y desenfreno. Me alimenté de lo que cogía con mis manos hasta que se fueron quedando sin nada. Busqué por las paredes, en los parques, en las calles pero aún faltaban piezas. Dejé tantas partes de mi en todos esos lugares que pienso, jamás estaré completa. A veces me falta un trozo de piel, a veces la esquina del corazón, y otras tantas, los sueños que dejé en las paredes de colores. Y llegó el momento de poner mi mundo al revés para que todas las palabras y promesas que guardaba en los bolsillos se desprendieran de mi cuerpo.