Un día entre libros o un sueño más.


En aquella biblioteca las palabras volaban, los libros se revolucionaban y bailaban por los pasillos. Al fondo, una pareja se comía a besos sin cercanía entre sus cuerpos. Se comían a besos literalmente, como cuando le escribes a alguien lo que le harías si le tuvieras cerca. Literatura, palabras. En el piso de abajo, un pirata se había escapado de un cuento infantil y se había quedado dormido en uno de los sillones. No tenía pata de palo, ni una pipa en sus labios. Tan sólo entre sus manos un pedazo de vida desmenuzada, sabor de vino en sus labios. En una de las mesas una joven estudiaba la forma de amar el amor, y de cómo podía encontrarlo un sábado noche. O el lunes por la mañana en la cola del supermercado. Un hombre de mediana edad tenía la letra más pequeña de mundo, se acercaba tanto a sus hojas que parecía que tenía hambre de palabras. Unos ojos minúsculos se concentraba en aquel quehacer. Un libro olvidado en la tercera estantería de aquel pasillo alargaba las manos para que alguien le abrazara. La pareja seguía ensimismada entre un montón de libros esparcidos por la mesa, cada cual más viejo y polvoriento, comiéndose en la distancia.