El mundo puede cambiar y los colores existen si tú los pintas.


Tenemos la odiosa manía de darle demasiadas vueltas a las cosas. Nos pasamos la vida pensando si hicimos algo mejor o peor, que habría pasado si... El miedo del futuro nos hace comernos demasiado la cabeza y no dejar de darle vueltas al pasado. Yo a partir de ahora me declaro fan incondicional del presente. De lo bonito de despertar cada día. O de hacer viendo la lluvia chocar contra el cristal, un día soleada o si tienes un poco de suerte, la nieve adornando los árboles de tu patio. No importa las vueltas que demos en la vida, si hemos estado arriba o debajo, qué calles pisamos o de qué  manera. No, no importa. Sólo importa lo que llevamos dentro, la felicidad de las pequeñas cosas, los sueños que aún no se han cumplido. El camino que nos ha llevado hasta este punto es solamente eso, un camino, y nuestra mirada siempre debe estar fija en el norte. Desde aquí, pido un aplauso para aquellos que viven siguiendo lo que les dicta el corazón, para los que saborean hasta la última gota de café. Para los que sueñan por el día, duermen algunas noches y otras se las beben trago a trago. Para los que lloran en el cine si la escena es triste. Para todos aquellos que se lanzan sin más en busca de aventuras, o amores. Porque eso es la vida en sí. Aprovechar cada segundo y tirar todos los relojes por la ventana. Gritar cuando se forme un nudo en tu garganta. Pasar de formalismos, porque a mi me importa más si sonríes que cómo vas vestido.  Un hurra para los que hacen lo que sienten como lo sienten. Aquellos que hacen cosas por los demás. Y para todas esas personas que vienen intensamente si el de al lado es un poco más feliz. Sudar de superficialidades y vivir, vivir de verdad. Un enhorabuena de mi parte si vives de esta manera. ¿Por que sabes qué? El amor está en todas partes, y la felicidad también. Todo cambia según el cristal con el que se mira o del lado en el que estés.