Cualquier intento por sacar lo que llevaba dentro era imposible. Como cuando Alicia se hacía pequeñita, y veía el mundo tan grande que la ahogaba. Había olvidado como escribir y ya no sabía perderse en los misterios de los edificios antiguos, quería escapar. 

Un día, escribió sobre las diferentes capas de pintura de una pared, y al final, no queda ni un sólo resto de lo que hubo por primera vez. En la superficie, un cartel anuncia la próxima puesta en escena. A pesar de llevar poco tiempo allí, conocía todos los portales de esa ciudad maldita, las aceras, el color del atardecer y las noches naranjas. Que tanto odiaba. A veces se respiraba paz, y a veces era imposible siquiera intentarlo. Sin guantes, pero sin las manos frías. Había hablado tanto de su corazón que ahora se había quedado sin palabras, quizá estaban entre ese humo. El humo del invierno, o el vaho que se escapaba de su boca al abrir la ventana.