El paso fugaz del tiempo.


Un día te despiertas con dieciocho años y las ganas de quedarte entre las mantas una semana. Tarde o temprano, las luces de los bares por la noche cansan, y siempre preferiste un buen paseo por alguna montaña nevada. Con tranquilidad, y frío, pero con guantes y alguien de la mano. Te llega a agotar el tiempo que pasa sin dejar huella hasta el punto de que a veces te sientes en una burbuja lejos del mundo porque te cuesta comprender lo más elemental, y sin embargo eres capaz de imaginar más que nadie. Hay mundos que no están hechos para ti, maga. Y si, las cafeterías los sábados por la tarde están llenas. Hace frío y yo, entre tanto, te doy el beso de despedida, el de un escalón cualquiera, el de la salida de un bar, por que si, por que mis labios tenían ganas, el de acabas de saltar a mis brazos y por suerte no he resbalado. Agotan los segundos que pasan sin gritar y los minutos, que saltarines, corren para convertirse en horas. Los encuentros fugaces en el tren de la rutina, cuando te das cuenta de que todo acaba por significar nada. Y concluyes, con que lo más importante es el presente porque el pasado son sentimientos muertos. Cuando los libros ya no te dicen nada, cuando no crees mis palabras. Si iría a la luna por ti, es que ella ya lo sabe, que cualquier día me encuentra sentado allí, esperándote. Y si me dan a escoger, te prefiero a ti bajo las sábanas antes que cualquier cosa. Me cansa que las luces de navidad me hagan ponerme nostálgico, pero no te haces una idea de lo loco que me vuelve que me digas: la navidad es bonita, y si estamos juntos, aún más. El chocolate caliente de tus labios. Todos mis susurros están escritos en la constelación de tus lunares. Y el más grande decía: No tengas miedo, yo seguiré aquí.