Sastre de sonrisas.


- Me llamo Dasha.
- Encantado Dasha, yo soy Luis.
- Me habría gustado conocerte en unas circunstancias diferentes. Pero hace tiempo que comencé a pensar que las circunstancias nos escogían. Nosotros no somos capaces de tejer ese entramado.
- Tal vez tengas razón, tal vez no. ¿A qué te dedicas Dasha?
- Soy fabricante de sonrisas. Llevo el sector centro de Madrid. Tengo otros tres compañeros en la comunidad. Borja lleva la zona norte (Majadahonda, la zona de la sierra..). Susana lleva toda la zona sur (Móstoles, Fuenlabrada, Alcorcón...). Y Jaime y yo llevamos toda la capital. Desde el barrio de Lavapiés hasta la T4. Todo el centro.
- Ya... he oído hablar de vosotros. Pero, ¿una sonrisa se puede fabricar? Si se fabrica, ¿no pierde toda la frescura y la espontaneidad? 
- Para nada. Las sonrisas espontáneas siempre existirán. Ahí nosotros no intervenimos. Nosotros lo que hacemos es provocar sonrisas cuando las personas comienzan a sentir que no hay un motivo en el mundo para enarcar los labios.
- ¿Cómo podéis saber cuándo llega ese momento?
- Todo es química... cuando nacemos nos implantan un chip que nos analiza las veinticuatro horas del día. Gracias a eso sabemos cuándo faltan endorfínas por un motivo físico y contrastable, o por un motivo psicológico. Cuando es por lo segundo, intervenimos. Somos sanadores del alma.
- Y luego dicen que la magia no existe... En alguna ocasión os he echado en falta. Había veces en las que me costaba levantarme de la cama así que imagínate el sonreír.
- Ya, pero... ¿ahora cómo estás?
- ¡Genial! Veo un motivo por el que sonreír en cada rincón. Es formidable. 
- Entonces... ¿cómo estás tan seguro de qué nosotros no te ayudamos a salir de aquel pozo?
- Hmm...
- Antes has dicho la palabra cable: Magia. Siempre llevamos un maletín cargado a cuestas. En ese maletín guardamos de todo: una canción antigua que trae buenos recuerdos, un olor de la niñez, un sueño hecho realidad, una antigua meta sin cumplir que todavía no está perdida, un billete de ida a ninguna parte, un número de la suerte, una foto en blanco y negro, una cita sorpresa, un encuentro inesperado... Cualquier cosa que puedas imaginar.

Se hizo el silencio. Silencio que no tardó en romperse cuando los motores del ascensor comenzaron a quejarse en señal de que alguien lo había arreglado por fin. En la séptima planta, Dasha se bajó.

- Ha sido un placer coincidir contigo, Luis.
- Lo mismo te digo, Dasha.
- Ah, saluda a María de mi parte.

Las puertas del ascensor se cerraron y se dispuso a subir hasta la décimo tercera planta. Luis se quedó perplejo. María... Algunos meses antes, Luis no encontraba ninguna luz en su camino. Estaba completamente perdido. Hasta que un día de intensa lluvia en Madrid, una extraña se coló en el taxi que él había cogido minutos antes.

- Perdona, está lloviendo muchísimo y no encuentro ningún taxi libre. ¿Te importa que me suba contigo?
- No, para nada... Disculpe caballero, llévenos donde diga la señorita...
- María. Me llamo María. 
- Me encanta tu nombre. Yo soy Luis.

Aquél día, María salió del maletín de Dasha.