Lonely train.



La soledad del amanecer desde el tren, en los ojos de todos los espectadores de ese fenómeno natural, tan acostumbrado a verse que deja de ser valorado. La soledad perdida en la leche se entremezcla con los cereales, o en mi caso, con el café, bien cargado. La última mirada hacia el infinito antes de que la cuchara llegue a su destino. La de la mujer que vivía a mi lado, que alía a pasear escondiendo todas las palabras que quisiera pronunciar, sólo dedicaba miradas a todos los que veía. Su obsesión por bautizar a los animales con nombres de personajes conocidos. Así que Quevedo era un perro de lana marrón que paseaba bajo mi casa todas las mañas, y Judas Iscariote mi gato, que no era nada malvado por cierto. Pasaba los días con la televisión a todo volumen, matando la soledad con los informativos, cualquier serie absurda, sólo necesitaba escuchas aquellas palabras que a ella le costaba pronunciar. Hay mucha soledad allá por donde vayas. Hay azoteas llenas de sueños rotos, pocos abrazos, demasiado odio. Hay poca gente que disfrute del amanecer, prefieren tener la vista perdida en el techo del tren. Hay personas que escriben a amores perdidos, a los imposibles y sus sueños en una vieja máquina de escribir. Y café humeante entre las manos, en una mesa pasada de época. Cafeterías donde se encuentras dos personas que se llevaban buscando toda la vida. Cafeterías solitarias donde no se encuentra nadie, y la gente sólo saluda con Hola y Adiós y una tímida sonrisa. El resto de palabras están prohibidas, las sonrisas abiertas también. Muchas canciones que hacen recordar, alguna que te mata por dentro. Muchas noches en las que te recuerdo ( casi todas) y eres casi real. Casi puedo llegar a tocarte. Hay héroes por las calles y yo estoy esperando que alguien me salve. Y en mi casa no hay fuego, las llamas me consumen por dentro. Es necesario que vengas volando pero no te hace falta la capa. Unos ojos marrones sí. Tampoco necesitas agua para apagar el fuego, necesitas un beso y todo lo que viene después, posiblemente. También hay otras soledades, la mía escribiéndote en medio de la noche, todo lleno de sal, y de pocas sonrisas. Un corazón que cada vez está más al fondo, y millones de besos que tengo para darte. Una soledad llena de ganas de no estar sola. Quiero ver amanecer contigo, envuelta en tus brazos, y que no importe nada más.